“Cuarentena Digital” ~ Una llamada a Diseñar para la Distopía

Diseñemos para lo complejo. Va a seguir pasando. Si necesitamos lucrar pues mínimo elijamos los problemas correctos.

Anaïs Lalombriz
8 min readMar 14, 2020

Para más reflexiones de este tipo pero más cortas, síganme en https://www.instagram.com/anaislalombriz/

Estaba sentada en un Cabifiy de regreso a casa de Cristina en lo que sería mi penúltimo día en Madrid. De pronto, empecé a sentir un hincón en el pecho. Tengo 27 años, corro medianas distancias junto a mis amigas. Entreno en el parque tres veces a la semana y tengo una nutricionista llamada Gabriela quien me regula la ingesta de carbohidratos todos los días. Vengo de una familia nerviosa, sí, pero nunca me había sentido así.

Mi mamá, que ha tenido que dirigir empresa en tiempos de terrorismo, inflación y los dos a la vez, me había dado un par de pastillas de Rivotril. La saqué para tomar alguna acción ante lo que estaba sintiendo en el pecho. Si no, me caigo aquí muerta, pensé. Acá es que acaba mi vida y todas las dudas de carrera, de relaciones amorosas y de aspiraciones emprendedoras. Se mueren en un Cabify entrando al barrio de Salamanca. No era momento, carajo. Ni siquiera me había comprado las Nikes que necesito para correr bien y no joderme las rodillas.

Me tomé el Rivotril. Creo que me tranquilicé. No lo recuerdo.

Trabajo como Diseñadora Digital en una start-up que se dedica a solucionarle uno de los problemas más tramitosos que tienen las personas a la hora de viajar: la bendita Visa. Por el momento, el portafolio incluye solo visas electrónicas y está principalmente dirigido a nacionalidades de habla inglesa. Sin embargo, los destinos son múltiples y las combinatorias, infinitas. Trabajar ahí me ha hecho darme cuenta de que hay tantos más países en el mundo de los que uno le presta atención en su burbuja Latinoamericana aspiracional. En otras palabras, there’s more to life than New York, bitches. Es hora de romper el cascarón.

Facilitarle a la persona la libertad de viajar, de moverse por el mundo, de llegar a un lugar con la certeza de que vas a poder entrar y vas a poder conocer una realidad ajena a la tuya está directamente engranado a mi propósito como profesional. ¿Por qué? Porque sin toparse con realidades con las que no te identificas, es imposible reconocer qué realmente te define, al igual que lo que sucede con la familia. Los seres humanos forjamos nuestra identidad por ósmosis o por contraste. No hay otra. Viajar es un ingrediente crucial en este proceso. El otro, en mi modesta opinión, es mudarse fuera de casa.

Lo que me entristece muchísimo del Coronavirus, más allá del riesgo de salud que presenta para niños y ancianos es que, hasta cierto punto, nos despoja de esa libertad que tanto habíamos forjado como sociedad. La razón por la que este virus se ha propagado cómo se ha propagado por el mundo es porque ya somos un mundo global y no le tuvimos que pedir permiso a nadie para serlo. Los aeropuertos andaban llenos, la gente se casa con personas que conocieron estando de intercambio, la mitad de mis amigos no viven cerca a mí y los extraño, sí, pero estoy demasiado feliz por ellos. Me gusta ver a las personas que conozco dejando de lado los prejuicios con los que crecimos para entender otras realidades. Veo el efecto en ellos y me enamoro. Me da miedo que esto lo pare. Me da miedo que el pánico se extienda.

Ayer conversaba con Theo, un amigo francés, que me explicaba porqué países de Europa no cierran sus fronteras. “Es un tema ideológico, Anais,” me decía. “La Comunidad Europea no es solo un pasaporte, una moneda, una cierta forma de hacer las cosas.” La Comunidad Europea se crea justamente para generar un frente unido, una comunidad de países que lograron ponerse de acuerdo–algo que es muchas veces imposible en un contexto corporativo, por ejemplo, donde los intereses de un área vs. la otra van por encima de los de su cliente final. La Unión Europea, por el contrario, es una suerte de matrimonio recontra polígamo. Están juntos en las buenas y en las malas. Esta fue una de las malas, desafortunadamente. A Trump sin embargo, no se le hizo difícil aprovechar la pandemia para cerrarlo todo. Le dio en la yema del gusto. Después de todo, el muro no tiene por qué ser físico, ¿o sí?

¿Y en qué quedó nuestra región? Nuestra queridísima Latinoamérica–la que mira eternamente para arriba para saber qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Acá el tema fue diferente. Cuando bajé del avión y vi a los del Ministerio de Salud disfrazados de fabricantes de metanfetamina tomándome la temperatura me sentí feliz. Ahí también casi me pongo a llorar. La llamada a la cuarentena de Vizcarra en el tiempo correcto, cosa que no escuché en Europa en todo la semana que estuve ahí, me llenó el pecho hincado de orgullo. En ese momento no iba a saber qué iba a pasar conmigo cuando aterrizara pero me sentí tranquila de que el país, más allá de mi, estaba tomando sus precauciones.

Porque de eso es lo que se trata. No de mi. Sino de los demás.

Llegando a Lima, casi 48 horas después, mi hincón en el esternón continuaba. Esta vez, sentada en el Cabify que me llevaba de Jorge Chávez a Miraflores, me despedí educadamente de todos los grupos de Whatsapp que me habían viniendo “notificando” de los adelantos, tips, prevenciones y consejos del famoso Coronavirus sin ningún fact-check o como dice mi hermano, “due-diligence”. Me di cuenta que mi dolor en el pecho no era un shortness of breath, un paro o un infarto. El dolor en el pecho, me explicó mi doctora más tarde, es una contractura generada por la cantidad de estrés que había vivido en los últimos dos días. ¿A qué se lo adjudico? Al Digital Clutter, por supuesto, que invadió mi cerebro mañana y noche y trasladó mis músculos a un estado de pánico. “A la mierda” dije yo. No necesito escuchar nada más de este tema. Me pongo en Cuarentena Digital.

Tenemos hoy a muchas personas como yo, trabajando en la amplia industria Digital con la supuesta promesa de trabajar Centrados en el Usuario, de tener un propósito semi-benevolente y de poder ejecutar proyectos que traigan un bien a la sociedad. Sin embargo, existen muy pocas personas que pueden vivir cómodamente de ello. La mayoría de los recursos destinados a la Innovación o Investigación en países como el mío, buscan ver esa Metodología reflejada en un Balance Sheet. No estoy escribiendo esto pensando en ninguna empresa ni persona en particular. De hecho, me considero parte del problema. El vacío es sistémico, quizás habría que modificar los Balance Sheets porque nos hemos olvidado de lo elemental: Salud, Educación, Transporte.

¿Por qué la mayoría de los recursos “innovadores” en el Perú están en Banca, Seguros o Publicidad?

Lamentablemente, y con la inversión en Marketing que tiene la Transformación Digital y las IPOs de algunos unicornios, la mayoría de los presupuestos que hoy se designan a lo que se conoce como Innovación van hacia fortalecer Herramientas Digitales, no personas. Se usan para construir software que dice resolver un problema. Granted. Pero hay problemas que no se resuelven con software. Es así donde me encantaría, en algún futuro no muy lejano, trabajar.

Mientras tanto, comparto con ustedes un aprendizaje que tuve en Bogotá, viviendo otro Black Swan que fue el cacerolazo de Noviembre del año pasado. Ahí en vez de pandemia, lo que había era una manifestación multipropósito–un conflicto tan abarcativo que parecía querer decir todo sin lograr decir nada. Cuando traté de averiguar el foco del problema, ningún amigo colombiano me supo explicar la razón más allá del descontento transversal. Por coincidencia, en esa misma mañana, ejecutamos un Taller de Diseño de Futuros junta a Karla Paniagua, de Centro, Instituto de Diseño Mexicano.

Entonces, ¿qué podemos hacer nosotros, orgullosos de llamarnos Diseñadores?

Estoy enamorada de mi profesión y quienes me conocen bien saben que va mucho más allá de la moda que pronto se evaporará. Desde niña me inventé universos paralelos y los nutrí, muchas veces, de realidades que no existían porque las leía en los libros. Cuando en el cole leímos “Brave New World,” aprendí que era una Distopía. En la Universidad, con “Fahrenheit 451,” comprobé que algo de razón tenían las series futuristas. Nunca vi Sci-Fi pero Star Wars y mi hermano me enseñaron mucho de lo que podría pasar con el mundo si no tenemos cuidado. ¿De dónde creen ustedes que sacan los guionistas el insumo para inventar? Pues del mero mundo, seguro. Mírenos ahora mismo con el Corona.

Siempre he dicho que la diferencia entre el Diseñador o Creativo de cualquier clase y cualquier otra profesión en un entorno laboral convencional, es la habilidad de poder plasmar. Plasmar en papel, en foto, en video. En mi carrera me he topado con toda clase de gente con buenas ideas pero que no logran trasladar la abstracción a lo concreto. Los diseñadores, sí. Sin embargo, recibimos instrucciones o diseñamos en la comodidad de la Utopía, el happy path, el universo predecible o cómo quieras llamarlo. A nadie nunca le gusta ponerse en los zapatos del caso extremo, de cuando por ejemplo, Alemania le metió 8 goles a Brazil y en la pantalla no se podían ver quienes lo metieron porque el cuadro era muy corto. Nos gusta diseñar para el futuro cierto. Y eso ya no da para más. No en estos tiempos.

A partir de ahora, y aceptando que todo ha sido Diseñado intencionalmente o no, debemos involucrarnos con la parte compleja del flujo, el cliente difícil del Call Center, la combinatoria que no te provoca, el mensaje de error, el qué pasa si la gente se queda sin trabajo porque una pandemia dejó a su industria en la calle y ya no nos puede comprar. Vemos a empresas reaccionar de la forma correcta, sí, pero eso al final es PR reactivo. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si con un simple ejercicio de Diseño de Futuros, hubiésemos, varios de nosotros, diseñado un protocolo que convierte la miseria en oportunidad, por Diseño?

Entonces, volviendo a las aspiraciones profesionales que no murieron en ese ataque de pánico en un Cabify en Madrid, escribo esto para quienes, como yo, disfrutan de Diseñar y plasmar la realidad. Los invito a que, desde donde estén sentados, gestionen las cosas para poder ir más allá de lo esperado. Desde el frente ético, nos va a ayudar a crear soluciones muchísimo más sanas y desde el frente comercial, estoy segura, habrá alguna oportunidad de cubrir una necesidad que no vemos porque no queremos abrir esa caja de Pandora. Diseñemos para lo jodido. Va a seguir pasando. Si necesitamos lucrar pues, mínimo, elijamos los problemas correctos.

Para más reflexiones de este tipo pero más cortas, síganme en https://www.instagram.com/anaislalombriz/

Y finalmente, les presento:

Want to Grab a Bite? 🍴✨

Quarantine is challenging for everyone, so is eating alone. We have decided to literally turn the tables on COVID 19 🦠and provide an online platform where a meal can be shared. If you’d like to know more, click on the link below to be a part of the experience.

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Anaïs Lalombriz

Soy mujer. Trabajo en Digital. Escribo principalmente para reírme.